Por Enrique Cortés

 ¿Qué deseo nos lleva a la práctica del psicodrama freudiano?

Hoy quería apuntar a la cuestión del deseo que puede llevar a un psicoanalista a psicodramatizar. 

Para algunos eso es algo que está dentro del orden de la trasgresión,  para mí desde siempre ha sido todo lo contrario. Se trató desde el inicio de no ceder en el propio deseo de psicoanalista y de darle sus oportuniddes desde otra forma de hacer. Yo estuve comprometido antes con el psicoanálisis, que con la formación como psicodramatista pero no tardé en darme cuenta que no eran incompatibles, aunque no fue fácil.

Así que como veis, ya desde el principio la respuesta estaba en que el deseo de dramatizar sólo es un caso particular de puesta en juego del deseo del analista, en el que se anudan: por un lado, la necesidad de ciertos casos de facilitar la histerización del discurso, pasando no solo por la relación al Otro, sino por la intermediación de las relaciones con otros y por otro lado ciertas predisposiciones infantiles del analista, mías, de las que la marca del juego de roles y la dramatización dejó su impronta.

Ahora sé que esta variante de la “ficción”, amplia las expectativas de poder atender sujetos bajo la modalidad de propiciar su entrada en el discurso analítico, entrada que no está asegurada porque uno se llame psicoanalista,  sino porque como dice Lacan en su relación al paciente viene a hacer funcionar el saber en el lugar de la verdad.

Así pues, es de eso que dependerá que el psicodrama sea psicoanalítico y además freudiano: que la ficción psicodramática dé una oportunidad a que el discurso que vincula al analista y al paciente gire hacia la histerización y posteriormente hacia el discurso analítico y no de los juicios de aquellos que le consideren a uno menos analista o menos puro.

Y es más, puedo decir que este tipo de opiniones suelen ser a menudo emitidas por analistas que ignoran lo que la práctica del psicodrama psicoanalítico lacaniano puede hacer, tanto en su vertiente estrictamente analítica como en su vertiente aplicada. En ausencia de saber sobre la cuestión y lo que es peor sin experiencia alguna se guían para emitir sus descalificaciones por la referencia a ciertas representaciones que se les han colado en la mente, en forma de prejuicios.

Yo creo que llegados a este punto hay que tener presentes algunas cosas:

Para empezar que si bien el propio análisis le demostró a Freud que la búsqueda directa de efectos terapéuticos es a menudo el camino directo de la reacción terapéutica negativa,  por otro lado Freud marcó claramente que en todo análisis era esperable que el sujeto mejorase sus efectuaciones en el orden del amor y del trabajo. Es por ello que aunque la política psicoanalítica no apunte directamente a lo terapéutico no impide que los efectos sobrevenidos en el trascurso del análisis resulten ser vividos por el analizante, como profundamente terapéuticos, y en un sentido que va más allá del alivio del síntoma y que tiene que ver con el sentimiento de estar vivos, del sentido de su vida y de la finalidad de la misma.

Por ello es importante tener presente tanto en los efectos producidos como en el papel que juegan en el proceso el analista como el analizante. Y ahí se presenta lo genuinamente distinto del deseo que lleva a psicoanalizar con todos aquellos que de un modo u otro quieren psicoterapeutizar.

 Lo que el análisis exige al analista, es que soporte en la transferencia la idealización por parte del sujeto como efecto de la misma transferencia, pero el deseo del analista exige que este no se acomode en ningún caso a este lugar, desde el cual operaría de una forma u otra como un dios o un padre, para operar desde otro lugar distinto, el del objeto a, con el fin de apuntar a un fin que supone la emancipación del sujeto y su propia caída como deshecho, y esa ética, y no otra, es la que define la radical diferencia entre posición psicoterapéutica o psicoanalítica. 

Esto supone la renuncia radical de un dominio para hacer efectivo el poder del análisis para permitir la evolución del analizante hacia aquello que es su mayoría de edad.

Y de lo que estamos seguros es que esta ética se puede sostener en dispositivos ficcionales distintos: gabinete con diván, psicodrama en la institución… y que a la inversa no es forzosamente cierta que la ficción asegura la política, por eso Lacan pudo decir que el psicoanálisis no es el ritual del diván.