Por Enrique Cortés.
Aunque aparentemente, el psicodrama no implica sino la puesta en juego de una escena vivida de un episodio pasado, para que la apuesta pueda llevarse a cabo se necesitan tres pilares: el escenario, el discurso y el público.
Tres elementos que están intrínsecamente implicados y donde cada uno de ellos constituye un campo en el que el sujeto de la escena representada se encuentra sumergido, posibilitando en cada caso transformaciones, reelaboraciones y transferencias.
Me parece, que el trabajo del psicodramatista, tanto en su escucha, como en sus intervenciones, se sostiene en estos tres elementos.
El psicodramatista es el único soporte de esta tríada, la cual solo es al comienzo algo inerte, ya que de inmediato el episodio vivido y su protagonista van a crear otro espacio, otro discurso y otros testigos. Posibilitando un desdoblamiento de lo privado (mito individual y/o familiar) a lo público (social).
Ya de entrada, el sujeto se encuentra con un drama, duda, subjetivo, que oscila entre su replegarse narcisísticamente o intercambiar con los otros, o dicho de otra manera entre su novela familiar y el deseo del Otro.
Me parece importante, pensar que esta dramaturgia, es decir la representación, es intrínseca al sujeto y que no depende solamente del episodio evocado. Es cierto que este ha sido relatado, pero el conflicto, el suyo, puede ser descubierto a posteriori, a lo largo de la sesión, por ejemplo, en ocasión de la puesta en juego producida por otro participante. (He aquí de la importancia del otro).
La puesta en juego resulta ser entonces una forma diferente de retomar la escena vivida, no siendo ya la misma que la primera vez.
El Psicodrama articula pues, la división del sujeto entre su mito privado y el espacio público.
Pienso que si por un lado la pequeña audiencia real va a contribuir a inscribir esta división, por otro lado la instauración de un “público restringido”, este tercer elemento de nuestra práctica en Psicodrama, articula no solamente la división del sujeto, sino igualmente la unidad de su drama.
Esbozaré, rápidamente, lo que sería la constitución de un público restringido, es decir, el trabajo de “publicación” del teatro privado de cada uno. De Entrada retomo un ejemplo que leí de un texto de M. Gaudé.
El escenario es una plaza pública bordeada de un lado y del otro por dos espacios privados: las casas de dos familias que se enfrentan por encima de la plaza. Cuando los jóvenes de las dos familias quieren encontrarse lo hacen evidentemente en la plaza, seguidos o no por sus padres que se ocupan de las tareas cotidianas. Sus palabras y su conducta obedecen entonces al código que debe ser observado afuera y que permite los contactos y los intercambios
En otras circunstancias, cuando se hablan desde sus ventanas o desde sus puertas, vuelven a convertirse en sujetos de un espacio privado.
Para encontrarse hay que salir del espacio privado y abordar los riesgos: deseo, amor, rivalidad del espacio público.
Me parece que el Psicodrama como lo practicamos nosotros, se presta a esta misma función de pasaje de transferencia, con la particularidad de que es cada participante el que tiene la posibilidad de producir su público restringido entre la audiencia, en la medida de sus elecciones.
Este colectivo restringido cuyos miembros se separan uno a uno mediante el discurso de sesión y las sucesivas puestas en juego del grupo de los presentes, se constituye como una especificidad y como un punto de apoyo para el trabajo de psicodrama.
Esta instancia del “público”, distingue claramente desde el comienzo el artificio del psicodrama, del de la cura analítica. El sujeto no parte del mismo lugar y la elaboración discursiva difiere por las condiciones que se le imponen. Ningún tercero está presente en la cura analítica entre analizante y analista.
En el análisis toda referencia es llevada a la palabra y a la mera presencia, con lo cual interviene en el orden de la suposición. La cura es el lugar del secreto.
Aquí el secreto es sustituido por lo «privado»: palabras privadas y novela privada. Y este privado se encuentra en realidad compartido con los otros miembros, los cuales se muestran también como sujetos.
A lo largo de las sesiones hay un trabajo de publicación, de discurso particular, que va más allá de la mera comunicación. En este proceso transferencial hay un doble cambio de la palabra al sujeto; y tal vez de la instancia imaginaria a la simbólica.
La presencia de los otros participantes también tiene un efecto; ya que algunos serán “tocados” por la escena privada del protagonista. En ese sentido, la línea de participación que tiene valor de división subjetiva, no está centrada solamente con el protagonista; pasando entre el participante y su círculo de público presente en la sesión.
Se trata de los que serán elegidos como auxiliares en las representaciones, pero también de aquellos que a partir de la representación vienen a ocupar el lugar de sujetos, articulando sus historias con la del protagonista.
Cada uno es susceptible de ser llamado sin haberlo previsto al lugar de la división subjetiva, entre lo privado y lo público.
¿Cómo empieza el intercambio?
Se empieza con una publicación, una formulación donde se deja ver algo de la novela familiar a los otros y a sí mismo, en tanto que la palabra empieza a circular por el grupo.
Los intercambios verbales, antes incluso que las representaciones, solicitan ser escuchados, lo que produce un eco grupal, donde una palabra viene a impactar en los otros sujetos, lo que produce un efecto de vuelta al emisor.
Desde ahí que uno o varios miembros se manifiestan consternados por lo que un primer participante propone con su palabra.
Aquí se ve como hay una especie de recorte de la audiencia, un público más activo, debido a su escucha y a su resonancia.
La primera puesta en juego de un episodio relatado, es la representación, donde a la palabra se agrega un «dejarse ver» y donde una parte de la audiencia va a responder de forma activa, poniendo una mirada a lo que se entrevé.
La puesta en juego se instala en el aquí y el ahora, participando en el presente y en un tiempo real.
Luego una parte de la audiencia, o del público, ocupará el lugar del protagonista al exponer su espacio privado en el rol de yo auxiliar.
De esta manera algo de lo imaginario se franquea, siendo esto ratificado por el eco de la audiencia.
El público es, entonces, esa parte de la audiencia que formando parte del trabajo, le da sentido y que al tiempo que parte de un lugar simbólico, permite producir la escena representada.
El pequeño público involucrado se recorta de manera diferente y no tiene porque abarcar al conjunto de la audiencia. Algunos de sus miembros pasan al juego como yo auxiliares, la otra parte del público permanece en su lugar en la audiencia en los momentos de sesión donde se trabaja en el escenario.
En la puesta en juego, la audiencia pierde la palabra, pasando al publico restringido que está en escena, en ese momento la presencia muda de la audiencia hace borde, recortando la escena. Límite simbólico entre la puesta en juego y el grupo.
La escena intenta articular lo simbólico de la palabra, con lo imaginario de la representación y con lo real del cuerpo.
La partida termina con la observación; poniendo de manifiesto como el tema que se ha ido desarrollando se articula en el discurso de cada participante.
Podemos pensar que el psicodrama posibilita que el sujeto permute del lugar desde el cual se encontraba. En ese sentido hay desplazamiento y producción de una división subjetiva.
Quizás podríamos considerar la publicación del mito privado, incrustado en la novela familiar de cada uno, como patrones que se revivan y se repiten y que mediante esta publicación, discurso privado, puede haber un levantamiento del repliegue narcisístico del sujeto y de la actualización del Edipo, donde se encuentran nuevos lugares a ocupar y con ello rectificación subjetiva. Restableciendo para el sujeto un nuevo circuito de intercambios y con ello un levantamiento de la negación de la castración.